Columnas de Opinin

Un tema recurrente será con seguridad el nuevo impulso que el Gobierno está dando a los tratados de libre comercio, especialmente con Estados Unidos, la Unión Europea y Corea del Sur. Perdóneseme el atrevimiento, pero me da la impresión de que la mayoría de las personas están describiendo la ‘pintura’ del TLC como una realidad alterada.

Como diría Alejo Carpentier, “se está volviendo lo real maravilloso”, donde estamos pensando con base en nuestras propias percepciones, llenas de elementos intuitivos, sin darnos cuenta hacia dónde realmente está caminando el país, y las oportunidades y riesgos que estará enfrentando.

En primer lugar, digamos que el comercio no es algo inofensivo o siempre beneficioso, como se piensa. Y cuando este se efectúa entre una nación desarrollada y una de desarrollo incipiente, los riesgos son enormes.

Excúsenme que ponga un ejemplo: en el TLC con Corea o Estados Unidos, estos países seguramente intercambiarán productos de alto nivel tecnológico. Nos venderán televisores, automóviles, maquinaria agrícola. Nosotros, de acuerdo al perfil exportador, venderemos principalmente carbón, petróleo crudo, y, si los coreanos están enamorados, también nos comprarán flores. Pero, como anota Ernst Schumacher, esto es solo la punta del iceberg.

Por debajo de la elaboración de un automóvil o un tractor hay ingenieros, técnicos y obreros altamente calificados, trabajadores competentes, inventores, diseñadores, otras fábricas que han integrado componentes y compuestos químicos; hay universidades que han formado a esas personas; hay una historia de desarrollo científico-técnico, por lo tanto, el auto o el tractor es un acopio incorporado de ciencia, inteligencia, conocimiento y experiencia, que vendría a ser la base del iceberg.

Si exportamos principalmente materias primas sin elaboración, como el carbón y el petróleo crudo, no hace falta crear y dar trabajo a científicos y técnicos especializados; no se necesita adquirir toda clase de conocimiento de alto nivel; ni enfatizar en investigación y desarrollo; tampoco es tan necesario tener universidades de rango mundial que formen el futuro personal para la ciencia y la industria.

La consecuencia más grande de estos intercambios asimétricos es que los países que venden productos generados por la inteligencia y el conocimiento desarrollan todo su sistema económico-productivo al más alto nivel. Y, por ende, mejoran también el sistema social, ya que se necesita una mejor educación, salud, empleos y personas con mejores capacidades y competencias.

Quienes exportan principalmente materias primas nada desarrollan. Al final, solo queda el hoyo en el suelo, ya que la explotación se basa en la propiedad y no en las capacidades propias. Si tuviere alguna duda con respecto a esta afirmación, le invito a recorrer los municipios del Caribe colombiano cercanos a los grandes yacimientos de carbón. ¿Cuánto ha cambiado la vida de esta población? Lo que se observa es pobreza, corrupción, prostitución, y, en unos años, cuando la mina se agote, allí solo habrá un hueco enorme.

Los tratados de libre comercio son una oportunidad, pero la tarea para Colombia es grande, ya que implica redirigir el curso del país de manera que permita desarrollar la infraestructura para crear productos impregnados de conocimiento e inteligencia.

En una conferencia dictada en Cartagena, Ricardo Hausmann aplicó una metáfora al afirmar que, hacia el futuro, Colombia sería la Corea del Sur y Venezuela la Corea del Norte. Aunque toda metáfora es mentirosa, si nuestro país asume este desafío, puede volverse una nación próspera; pero exigiría un esfuerzo colosal, porque ‘la realidad maravillosa’ no ocurre por arte de magia, ni de birlibirloque.

Por José Amar Amar
joseamaramar@yahoo.com

9 de noviembre de 2011